CLAUDIO DANIEL BOADA, Director de la Unión de Usuarios y Consumidores de Argentina reflexiona sobre las dificultades para que las personas accedan a bienes esenciales como la alimentación y el agua.
El mercado de alimentos, escribe, “está concentrado en pocas manos
(tanto productores como comercializadores) que controlan las cadenas de valor,
y ese eslabón de la cadena que la domina fija los precios y sus excesivos
márgenes de ganancia; excluyendo a las pymes, empresas recuperadas,
cooperativas y comercios barriales”.
Sin una fuerte regulación del Estado será imposible avanzar en este tema, concluye.
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Suficientes
Hace menos de un mes participé junto a los voluntarios de “Sopa
de Letras” de una recorrida por las calles de la ciudad de Buenos Aires,
visitando personas en situación de calle. Esta organización realiza esta
actividad todos los días. Recorrimos
bajos autopista, las puertas de hospitales públicos, plazas y otros lugares
donde buscar refugio.
Compartimos con ellos alimentos, conversamos, buscamos
ayudarlos en sus necesidades. Muchas vivencias sucesivas en un par de horas.
Entre ellas menciono una: un joven en situación de calle se quiebra en llanto
delante mío cuando le entrego un sándwich y, mientras me pide otro, me dice
“tengo hambre hace muchos días”.
Sin dejar de reconocer los avances que vivimos en Argentina
desde la crisis del 2001-2002 en la reducción de los niveles de pobreza, siguen
existiendo sectores que no reciben suficiente alimentación.
Y esto -por pequeño que sea el número de hambrientos- es
intolerable. El único número aceptable frente al hambre es cero.
De la misma forma con el agua potable, tenemos más que
suficiente en Argentina pero mal distribuida. Hace unos días un medio de
Rosario (Provincia de Santa Fe) publicó los dichos de Alberto Muñoz -Presidente
de La Unión- quien dijo que “el cinco por ciento del caudal del Rio Paraná alcanza
para cubrir todas las necesidades de agua potable de la Argentina y es
inadmisible que haya personas sin agua en la ciudad de Rosario”, cuyas costas
son bañadas por este gran rio. También en este caso, frente a las necesidades
de agua y saneamiento, el único número aceptable es cero.
Accesibles
Todo un sistema de comercialización excluye a muchos productos
de las góndolas y a otros los encarece excesivamente.
El mercado de alimentos está concentrado en pocas manos (tanto
productores como comercializadores) que controlan las cadenas de valor, y ese eslabón
de la cadena que la domina fija los precios y sus excesivos márgenes de
ganancia; excluyendo a las pymes, empresas recuperadas, cooperativas y
comercios barriales.
Las grandes cadenas concentradas sólo comercializan productos de
los grandes productores concentrados.
Tenemos la fuerte convicción que pagamos mucho más de lo que
valen los productos. Por ello las diferencias de precios con los existentes por
ejemplo en el Mercado Central de Buenos Aires (que valen en general la mitad
del precio que encontramos en super e hiper) o las diferencias de precios entre
los canales de la “economía solidaria”, las “ferias del productor al
consumidor”, y demás canales alternativos de comercialización que hasta el
momento parecería que no conmueven la hiper-super comercialización.
Mercantilización
Todo
esto por la mercantilización (para algunos) o la excesiva mercantilización
(para otros) de los alimentos.
Algo
que debería ser un derecho humano básico (derecho a alimentos saludables y del
acceso a los alimentos) al que todas las personas tuvieran acceso, más allá de
nuestra situación socioeconómica, se ha convertido en un privilegio para
aquellas que pueden comprarlos.
Saludables
En
este marco de análisis, la venta de alimentos “no saludables” no es más que una
estrategia comercial (que se manifiesta en la producción, la comercialización y
el repiquetear publicitario) que tiene en cuenta el deseo de maximizar la
ganancia, más que la necesidades de las personas.
A
los productores y comercializadores concentrados de alimentos poco les importa
que la gente coma bien y saludable, les importa vender más.
Por
ello necesitamos imperiosamente más información y educación, pero la
información, educación y cambio de hábitos alimenticios de todos nosotros no
alcanza.
Necesitamos
una fuerte regulación del Estado. Si el Estado no regulara el sector, sería
casi un Estado suicida, pues las consecuencias nefastas en la salud de la
población terminan siempre cubriéndolas el Estado en todos sus niveles
(nacional, provincial y municipal) ya que el mismo es garante final de todo el
sistema de salud.
Sólo
con el Estado, presente regulando al mercado, presente limitando sus abusos,
poniendo el mercado al servicio de toda la población: sólo de esa forma
encontraremos la clave para que todos tengamos alimentos suficientes,
accesibles y saludables.
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