JOSÉ MARÍA MEDINA REY,
Director de PROSALUS, una organización no gubernamental de cooperación al desarrollo con asiento en España, reflexiona en el artículo siguiente sobre las otras formas de malnutrición, en el contexto del derecho humano a la alimentación.
La celebración del Día
Mundial del Consumidor, escribe, "debería servir para poner en evidencia los
incumplimientos de los Estados, incluido el nuestro, respecto a sus
obligaciones relacionadas con el derecho humano a la alimentación adecuada".
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Cuando se habla de los elementos constitutivos del derecho humano a la alimentación adecuada se suelen destacar cuatro aspectos: disponibilidad, accesibilidad, sostenibilidad y adecuación.
En los años posteriores a
la gran crisis alimentaria de 2008, en que la subida de precios de los
alimentos básicos provocó un gran aumento de las cifras de personas hambrientas
en el mundo hasta superar los mil millones, la preocupación principal estuvo en
las dimensiones de la disponibilidad y de la accesibilidad, es decir, que
hubiera alimentos disponibles para todas las personas en todos los lugares en
cualquier momento del año y que esos alimentos fueran accesibles a todas las
personas, especialmente las que se encuentran en una situación de mayor
vulnerabilidad.
En los últimos años, sin
dejar de dar la importancia que merecen a la disponibilidad y a la
accesibilidad, han ganado terreno las otras dos dimensiones, la sostenibilidad
y la adecuación.
Todo el proceso de reflexión
de la Cumbre de Río + 20 y el de construcción de la nueva agenda de desarrollo
que deberá sustituir a los Objetivos de Desarrollo del Milenio a final de este
año han puesto en primer plano las cuestiones de la sostenibilidad: ¿cómo hacer
para producir alimentos suficientes para una humanidad creciente sin deteriorar
los recursos naturales de los que depende la propia producción?
Y la cuarta dimensión, la
adecuación, también ha ganado protagonismo aunque probablemente, por su
complejidad, nos queda mucho camino por recorrer en su comprensión amplia.
Hablar de adecuación
implica un amplio espectro de temas que van desde el respeto a las tradiciones
culturales hasta la inocuidad de los alimentos, desde cuestiones
socio-económicas hasta planteamientos nutricionales.
En nuestro contexto
europeo suele ser habitual poner el acento en la inocuidad de los alimentos
(food safety). Algunas crisis sonadas, como la de las vacas locas o la de los
pepinos en Alemania en 2011, han reforzado esta visión.
Pero no podemos cerrar los
ojos a otra realidad que está creciendo de forma alarmante, a otras formas de
malnutrición.
¿Puede considerarse
adecuada la alimentación de los más de mil millones de personas con sobrepeso y
de los casi 500 millones con obesidad? Evidentemente, no.
Como nos recuerda
Consumers International en la celebración de este DMC 2015, la obesidad por sí
sola tiene un costo estimado de dos billones de dólares por año, además de las
negativas consecuencias sobre las vidas de quienes la padecen.
Quizás todavía hay quien
piensa que la obesidad es un problema de ricos, de gente con suficientes
recursos para comer mucho. Pero la realidad de los últimos años nos muestra que
es un problema que se está extendiendo tanto en países desarrollados como en
países en desarrollo y que afecta cada vez más a personas que carecen de los
recursos necesarios –de todo tipo– para llevar una dieta sana y equilibrada.
Quizás también hay quien
piensa que los Estados no tienen ninguna responsabilidad derivada de los
derechos humanos frente a estas personas que padecen sobrepeso y obesidad
porque estas personas están así por decisiones propias, por abusar de la
comida, por haber decidido libremente que querían comer de esa forma.
Pero este razonamiento
obvia el hecho de que cada persona individual tiene que enfrentarse a
verdaderos gigantes, campañas de publicidad que nos bombardean para consumir
esto o aquello, políticas de precios que hacen más asequibles productos
nutricionalmente negativos que dietas más sanas.
En 2010, las empresas
estadounidenses gastaron 8.500 millones de dólares en campañas publicitarias de
alimentos, dulces y bebidas no alcohólicas; mientras tanto el gobierno
estadounidense presupuestó 44 millones de dólares para su programa de
sensibilización primaria sobre una alimentación saludable. Es difícil calificar
de libres las elecciones que realizamos bajo estas condiciones.
No en vano el anterior
relator especial de Naciones Unidas sobre el derecho a la alimentación, Olivier
de Schutter, calificó a nuestros sistemas alimentarios como “obesogénicos”,
generadores de obesidad.
A partir de 2030, más de 5
millones de personas morirán cada año antes de alcanzar la edad de 60 por
enfermedades no transmisibles ligadas a la alimentación inadecuada.
Frente a esta crisis de la
salud pública, de Schutter señalaba que debemos centrarnos en los problemas
sistémicos que empobrecen nuestra alimentación en todas sus formas. Entre otras
cosas proponía mayor imposición a los productos poco saludables –como se hace
con el tabaco y las bebidas alcohólicas– y mayor reglamentación para los
alimentos ricos en grasas saturadas, azúcares y sal y para la manera en que
estos se publicitan.
El avance de la obesidad y
de otras enfermedades relacionadas con la dieta inadecuada (diabetes, hipertensión,
enfermedades del corazón, colesterol alto, algunos tipos de cáncer) nos está
indicando que los Estados están fallando en el cumplimiento de sus obligaciones
de respetar, proteger y garantizar el derecho humano a la alimentación
adecuada.
Artículo originalmente publicado en el Blog del periódico español El País
Artículo originalmente publicado en el Blog del periódico español El País
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